-Hola, ¿Diego?
-¡¿Qué hacés, delirante?!
Pausa. Duele la primera vez que uno lo quiere poner en palabras. Lo hace más real. Fue directo al grano.
-Corté con Paula al final. Te necesito.
-¡Uh! ¡Bajón! Ya estoy ahí, ¡máquina!
-Dale, estoy en casa.
-Dale.
-Te espero-. Silencio-. ¿Hola? ¿Diego?- Silencio.
Cortó. Trató de jugar con la computadora. Lo que antes era sumamente entretenido porque le ayudaba a matar tiempos muertos, ahora era desesperantemente aburrido porque no tenía sentido y su pateticidad no llegaba a distraerlo de su miseria. Lo abandonó y sintió que caía a un nuevo precipicio de agobiante soledad. Cada intento frustrado de distanciarse de su dolor solo lo intensificaba. Los sentimientos lo inundaban hasta que los sentía en la garganta, como si físicamente lo estuvieran ahogando. Sentía que había jugado bastante ya, hasta haberse aburrido. Vio la hora. Habían pasado cinco minutos.
Necesitaba hablar con alguien. Se conectó al MSN desesperado por encontrar una charla que lo aliviara. A ella ya la había borrado. Mandó un saludo a dos amigos y a algunos conocidos. Nadie respondía. Cada minuto sin respuesta lo sumía en mayor depresión. Sintió que no haberse conectado hubiera sido mejor. Maldito MSN. Servía solo para tener conversaciones sin sentido cuando uno ya estaba feliz. Muy de vez en cuando una sola persona hacía que valiera la pena conectarse; pero luego la relación terminaba, o no se podía conectar más, u otras razones, y ya no era lo mismo. Forzarlo solo lo hacía peor. Respondió un amigo y dos conocidos. El amigo estaba ocupado y tardaba en responder, y harto de no poder tener una conversación, mucho menos de poder llegar a hablar de los temas que deseaba, se despidió de él. Mientras, uno de los dos conocidos no podía hablar de otra cosa que no fueran vanalidades y luego se fue repentinamente. Con el otro pudo entablar una charla más fluida y comenzó a hablar del tema, pero en términos generales para no revelar intimidades. Su consejo poco dedicado y superficial solo lo irritó. Finalmente se cansó y lo cerró. Veinte minutos.
Quería que Diego llegara ya. Lo necesitaba ahora. Odiaba esta posición que lo hacía depender de hasta el más mediocre de sus conocidos de MSN como agua en el desierto; se sentía el ser más inferior de la sociedad. Se preguntó si estaba siendo demasiado ególatra por sentirse tan mal por una sensacion de relativa inferioridad temporal. Odió a ella un poco. Y entonces, lógicamente, comenzó a pensar de nuevo en ella. Contó nuevamente la cantidad de veces que la había visto en los últimos meses. Cada vez más cortas, cada vez menos satisfactorias. Lo que lograba obtener de ellas no llegaba ni a la mitad de todo lo que deseaba tener con ella, y ello solo intensificaba el deseo, lo que alimentaba el círculo vicioso. Sentía que no podía recordar su rostro. Creía recordar su sonrisa. Trató de retener en su cabeza los detalles de la última vez que habían tenido sexo para usarlos en su momento de mayor soledad; cada vez le costaba más. Pero sabía que recordarlos luego lo lastimaría más. Terminaba siendo como si le siguiera siendo fiel a alguien con quien ya no estaba. Diego estaba tardando demasiado. ¿Dónde estaba? Lo peor es que Diego no sabía lo que lo estaba haciendo sufrir con la espera. ¿Acaso le importaría? Tal vez no. No podía culparlo, estaba en otro mundo muy distinto al suyo. Quizás no recordaría lo que había sentido él en su última ruptura. Siguió procesando sentimientos dolorosos por quince minutos más, hasta que por fin sonó el timbre.
-Hola.
-¡Diego!
-Pasá.
Sentía que hasta tardaba en subir. Abrió la puerta.
-¡¿Qué hacés, capo?! ¿Qué contás?
-Nada...
-Insisto, ¡qué pedazo de vecina que tenés!- dijo Diego antes de dejarlo seguir hablando-. Venía subiendo con ella en el ascensor. Me contó que ya casi se recibe, ¿puede ser?
-No sé, no hablo mucho con ella.
-Bueno, deberías. Está terrible. Che, está muy callado acá. ¿Te jode si pongo la radio?
¿La radio? Deseaba el menor ruido y bochinche posibles. El sobrio abrazo del silencio era lo mejor. Pero no quería discutir. Diego puso música tranquila que levantaba el ánimo sin forzarlo.
-Corté con Paula- repitió repentinamente, interrumpiéndolo. Le estaba molestando la charla superficial y había esperado demasiado. Diego se calló unos cinco segundos y parecía que por fin iba a ponerse serio.
-Mejor, boludo. Cuando ya no la estás pasando bien hay que cortar. Las relaciones son para divertirse. Ahora le podés dar a tu vecinita.
¿Cómo podía hablar de otras mujeres? Solo Pau existía. No podía pensar en otra cosa. En el fondo quería volver con ella y deshacer la ruptura.
-No entendés- dijo apoyándose sobre la mesa como si apenas se pudiera mantener sentado-. Cuando pienso que no vamos a volver a hablar nunca más... me vuelvo loco. Como hablaba con ella no hablaba con nadie, ¿entendés?- dijo casi con lágrimas en sus ojos.
-¿Con quién?
Lo miró atónito. La bronca reemplazó la tristeza en fracciones de segundo.
-Con Paula.
-Ah, ¿seguís hablando de eso?- dijo con indiferencia, dio unos pasos por la pequeña cocina y sacó algo de su bolsillo-. ¿Probaste esto, boludo? Son papas con sabor a carne. O sea, PAPAS... con sabor a CARNE. Una locura. Tomá, probá.
-No tengo hambre-. La verdad es que tenía un nudo en el estómago; lo sentía todo revuelto.
-Dale, una nomás.
-Escuchame, Diego. Necesito hablar de esto que me está pasando-. Forzar la conversación se sentía poco natural; no era fácil tratar de hablar de un tema pesado cuando se está teniendo una charla ligera.
-Bueno, si comés hablamos- dijo inmediatamente como si ni siquiera hubiera pensado un segundo en las palabras de su amigo y su único objetivo aún fuera que su amigo comiera una papita.
-Bueno- respondió, tomó una y se la llevó a la boca. Sus sentimientos le habían deprimido el gusto, pero sí, creía sentir un leve sabor a carne.
-¿Viste?
-Sí. Bueno, te decía...
-No, comé otra. Con la primera no se siente tanto.
-Bueno- dijo y automáticamente siguió comiendo mientras trataba de contarle, pero con la boca llena no podía hablar.
-Che, ¿vos comiste?
-No puedo comer.
-Sí, claro. Te terminaste de morfar todas las papas. Tengo una lija que me desmayo, vayamos a comer una pizza y me seguís contando.
Aceptó por la promesa. Diego estaba realmente en otro mundo. Durante el camino y la cena habló de trivialidades, cosas que veía en el camino, excentricidades de la gente que los rodeaba. Cuando el mozo trajo la pizza (mitad del gusto favorito de Diego, mitad del gusto favorito de su amigo), Diego escuchó que le decía a otro mozo que iba a ver un recital.
-¿Vas a ver a los Guns?- le preguntó Diego de la nada mientras su amigo intentaba hablarle.
-Sí, ya saqué las entradas- dijo el mozo contento y un poco orgulloso.
-Qué groso. Pero me dijeron que no es lo mismo. Tipo, no está más Slash.
El mozo sonrió.
-Mientras pueda escuchar a Axl Rose cantar "Welcome to the Jungle" soy feliz.
-Uh, ¡claro! ¡Qué bueno! Cuando tenés razón, tenés razón- dijo y se volteó hacia su amigo-. Tenemos que ir, boludo.
Le encantaban los Guns 'N' Roses. De hecho, había planeado ir a ese mismo concierto. Luego se había olvidado. Creía recordar ahora que era porque las cosas empezaron a ir mal con Paula que lo había olvidado.
-Podríamos- dijo fingiendo entusiasmo por compromiso social. Había perdido las ganas ya.
-¿Les puedo ofrecer algo más?
-No, gracias.
-Gracias.
Cuando estaba terminando la pizza Diego lo volvió a interrumpir.
-Qué bueno que me llamaste. Justo, justito había cortado con mi novia que me canceló a último momento. Íbamos a ir al cine, ¿querés ir? Los miércoles es mitad de precio.
Lo miró con incredulidad. Cada vez era más frustrante hablar con él, pero era lo único que tenía.
-Podemos ir a ver la peli de minas que iba a ver con ella. Creo que te podría llegar a ayudar con todo esto; trata también sobre una ruptura y sobre cómo el chabón lidia con ella.
Entonces, aceptó. Esa película generaría un buen marco para poder hablar de lo que él quería. Más tarde, Diego se acercaba con dos entradas para la película de acción más taquillera del momento. Explicó que había cambiado de opinión y que no jodiera, que él invitaba. Una vez más, aceptó. Se dio cuenta de su débil posición. Decía a todo que sí y soportaba los caprichos de Diego con la esperanza de que este le diera lo que necesitaba porque no le quedaba otra. Odiaba esa falta de poder. La culpó a ella y un poco a sí mismo.
Entraron y tomaron asiento. Faltaban unos minutos para que empiece. Ya se había rendido de tener la conversación que quería; no quedaba suficiente tiempo para debatir con Diego sobre el tema. También había dejado de escuchar a Diego hablar de sus vanalidades.
-Che, contame qué pasó con Paula- dijo Diego de repente. Su amigo no lo podía creer por un momento.
-Ya te había dicho antes; estaba todo mal, cada vez me esquivaba más de vernos y me estaba volviendo loco. Le tenía que cortar...- dijo por fin, apurado y precipitando las explicaciones. Había querido decir esas palabras por un tiempo ya, las había planeado. Ansiaba conocer la respuesta de Diego. La respuesta que lo salvaría.
-Sí, bueno, no sabés. Por ahí si estabas más tiempo las cosas se arreglaban. Pasa que no la podés presionar. Hablale de nuevo, tranquilo.
-No puedo- dijo desesperado-. Le corté. Le dije que no habláramos más.
-Hablale igual. Ya fue.
-¿Vos decís? ¿Y qué le digo?
-Boludeces, nada serio.
¿Cómo "boludeces"? Sentía tantas cosas. Quería decirle tantas cosas a Pau. "Te extraño". "Te quiero, muchísimo; te amo". "Pienso en vos todo el tiempo, seguís estando conmigo a donde vaya". "Me muero de tristeza cuando pienso que no voy a hablar nunca más con vos como lo hacíamos".
-Que ella sola te diga qué onda- continuó Diego fría, indiferentemente. Hasta cierto punto lo convenció. Diego sonaba confiado. Por otro lado, sentía que no podría hacerlo bien.
-¿Y si me pregunta por qué le estoy volviendo a hablar?
-No te va a preguntar. Decile que por que sí. No muestres sentimientos.
-No le puedo decir que por que sí.
-No, bueno, te tenés que sentir seguro. Si no se va a dar cuenta y te va a salir mal.
¡Lo último que se sentía era seguro! ¿Acaso tenía la solución frente a sus narices y no podía implementarla?
-¿No le digo nada entonces? Me muero de ganas de hablarle en verdad.
-No sé, fijate. Tampoco para que le hablés hasta hartarla ni nada. Che, pará que va a empezar.
¿"Hasta hartarla"? ¿Cómo podía hartarla? ¿Acaso él sería una molestia para ella? ¿Sus sentimientos serían repudiados con asco? Eso le dolía aún más, tuvo que respirar hondo para contrarrestar el sentimiento pesado que lo invadió.
La conversación que tanto había esperado había terminado de esa manera. Lo dejó más confundido que antes. Ahora dudaba sobre todo, era un tumulto de incertezas.
Reconoció en la película varios elementos que sabía que le debían gustar, pero que en su estado actual no podía disfrutar. Con aquellos pensamientos densos en su cabeza no podía disfrutar nada; las comidas no tenían sabor, la música sólo lo volvía melancólico, la televisión no podía competir con sus recuerdos que acechaban esperando la oportunidad de invadirlo. Se encontró de repente sumido en la superficial historia romántica de la película. El final feliz le generó sentimientos encontrados y cuando terminó volvió a su mundo gris, sentado al lado de su amigo que no lo comprendía en absoluto.
-Bueno, capo- dijo Diego a la salida-. Te dejo que me tengo que ir a dormir. Estoy fulminado y mañana se labura. Hablamos, ¿dale? No pienses mucho.
No respondió; recibió su abrazo de despedida en silencio. "Hablamos". ¿Cuándo? Apenas había podido hablar. Necesitaba hablar. Por horas si era necesario. Necesitaba esa confianza que había mostrado. Quería saber qué tenía que hacer. Una vez que Diego se hubo ido, se quedó allí, en la calle oscura y solitaria unos instantes. Caminó a su casa tratando de pensar en cualquier cosa, pero todo lo llevaba a pensar en ella. ¿Su relación había sido tan maravillosa como él pensaba? ¿Realmente extrañaba las conversaciones? Racionalmente, podía admitir que no, que quizás las deseaba porque no las podía tener, pero sentía con todo su ser que sí, y se deprimía.
Ella fue lo último en lo que pensó antes de que su mente se hundiera en las arenas del sueño y lo primero cuando se despertó. La alarma insistía. No tenía ganas de ir a trabajar. No tenía sentido. No tenía ganas de nada.
Llegó media hora tarde al trabajo. Su jefe lo advirtió y prometió quedarse media hora después de cumplido su horario para compensar. Se sintió bien brevemente hablando con sus compañeros de trabajo. Lo consideró, pero decidió que no era apropiado hablarles sobre lo que él tanto quería. En cambio, los escuchó hablar de varios temas y trató de interesarse por la conversación. De a poco, sin embargo, se dio cuenta que no le importaba realmente, se dio cuenta que quería hablar de sus temas. Se dio cuenta que no podía, y se sintió solo, se sintió particularmente solo por estar rodeado de gente; la peor soledad.
Chateando por MSN por cuestiones de trabajo, de repente le agarró pánico de que ella lo hubiera bloqueado. Si quería hablarle no podría hacerlo. La agregó de nuevo para ver si la podía ver conectada. Odiaba estar pendiente de esas cosas. Su desesperación lo llevó a desear que Diego estuviera conectado. Lo estaba. Le mando un "hola". No respondía. Pensó en lo poco que le dijo en el cine (se había torturado con sus consejos) y deseaba hablar con él nuevamente al respecto. Quizás si se conectaba él, y ella también, podría ayudarlo en vivo con lo que le tenía que decirle a ella. La espera se hizo insoportable y trató de distraerse con el trabajo. Dos horas después, Diego respondió.
Diego dice:
q haces, man?
X dice:
laburo. estas ocupado?
Diego dice:
maso, x?
X dice:
vos crees que paula me pudo haber bloqueado?
hay alguna forma de darse cuenta?
Diego dice:
no...
solo podes ver si te borro
che, mis amigos del laburo estan organizando un poker, te prendes?
X dice:
bueno
che, que hago al final? le hablo o no?
Pasaron ocho minutos.
X dice:
hola?
Diego dice:
uh, disculpa
estoy a full en el laburo, te tengo q dejar
te paso a buscar por tu casa, dale?
X dice:
bueno, abrazo
La respuesta al saludo nunca llegó. Cerró la ventana con bronca a sí mismo, por dejarse chupar una vez más por esta situación, por el MSN. Pensó unos segundos más y cerró el MSN también.
Mientras trabajaba su mente se escapaba una y otra vez a pensar en ella, aunque tratara de impedirlo. Durante la vuelta a casa la situación no había mejorado. Sentía que nunca lo superaría, que nunca iba a volver a ser feliz, que nunca encontraría una mina como Pau.
De repente sonó el timbre. Se había olvidado completamente del poker.
Bajando en el ascensor no sabía con qué se iba a encontrar, con un Diego que lo ayudaría o con uno que seguiría esquivándolo. Quizás tenía que esperar a que él sacara el tema. Pero si no lo sacaba, ¿qué?
Se saludaron y empezaron a caminar. Eran pocas cuadras. Diego hablaba de cualquier cosa. Decidió que no valía la pena intentar encauzar la charla en otro sentido y le dio conversación. Se fijó si podía meter el tema en el diálogo, pero Diego no le daba pie. Finalmente, llegaron. Hacía unas semanas ya que no había ido. Había estado demasiado ocupado con el trabajo y se le complicaba porque solían quedarse jugando hasta tarde. Conocía poco a los otros jugadores.
Le encantaba el poker pero lo estaba jugando sin ganas. El pensamiento más reconfortante que tenía era que estar allí era mejor que estar en su casa solo y a oscuras, volviéndose loco.
Tener que prestar atención al juego, aunque sea tan solo para responder adecuadamente cuando le tocaba el turno y no pasar vergüenza, le hacía perder constantemente el hilo de sus dolorosos pensamientos. Además, metía uno que otro bocado en la conversación para no parecer muy enajenado. Los muchachos hablaban de trivialidades, se cebaban y se apuraban entre ellos para jugar, haciéndose bromas. La mitad eran brasileros y cuando alguno dejaba la mesa para irse a fumar al balcón o tardaba en volver del baño y le tocaba, estallaba en gritos de enojo cómicamente fingido en portugués. Recordó cuánta gracia le causaban los estallidos de ira en otros idiomas. De repente se pusieron a hablar de lo caras que estaban las cosas, lo que llevó a hablar de inflación y política, algunos de sus temas favoritos. Se olvidó de todo por un momento y se compenetró en la conversación. Era un tema que lo fascinaba y hacía mucho que no hablaba así. Jugaba distraídamente, sin contar sus fichas ni calcular sus probabilidades. Como no le importaba si ganaba o perdía, seguía su instinto y cuando se daba cuenta que el otro tenía poco juego, apostaba fuerte, por más que él mismo no tuviera juego. El tema de charla continuó variando a temas de actualidad, eventos bizarros y demases, y él se mantuvo integrado y participando activamente. Diego ya había perdido cuatro veces y se reía mientras insultaba a las cartas y culpaba a otros jugadores de tener una suerte imposible. Mientras, su amigo era un claro ganador de la mesa, junto con otro jugador que lo superaba en unos $50.
Era agradable estar entre hombres y sentirse libre de decir cualquier cosa, burlarse entre sí con palabras fuertes pero que, recubiertas por el velo de inimputabilidad de la broma, ningún efecto ni repercusión tenían. Se dio cuenta que por esas breves horas no había pensado ni un segundo en Paula y se sintió en un hermoso oasis de paz mental en el medio de las turbulencias de las preocupaciones paranoicas. Esta sensación se mantuvo inclusive cuando caminaba de vuelta a su casa, ya que se encontraba eufórico por haber ganado. Discutía entusiasmadamente cada jugada que había sido crucial con Diego, como cuando fue all-in contra un jugador que tenía color y le ganó porque con la última carta (el river) hizo full. También analizaron las estrategias de cada jugador; quién bluffeaba mucho, quién apostaba a la mínima posibilidad de que le saliera un juego aunque sea en la última carta, quién jugaba tan azarosamente que nunca se sabía qué tenía, etc. Le fascinaba hacer una disección de la gente y aprender de ella.
A la mañana siguiente el peso de su enorme depresión lo mantenía nuevamente presionado contra su cama. Estaba pensando nuevamente en ella (quizás ya antes, en sus sueños, había vuelto a atormentarlo) y era como si la noche de poker nunca hubiera existido. Se daba cuenta ahora que habían muchas otras cosas allí afuera, pero el deseo de estar con Paula era más fuerte que todas. A pesar de estar pensando esto, logró levantarse y llegó a horario al trabajo.
Necesitaba un plan y Diego no lo ayudaría. Dado que él había sido el que cortó con ella, no podía dar marcha atrás. Esperaría a que ella le hablara. Siempre lo había hecho en situaciones similares. Hasta entonces soportaría la tortura de extrañarla con locura. Con el tiempo sería más fácil. Y con hacer tiempo y distraerse sí lo podía ayudar Diego. La decisión en una estrategia definida le permitía finalmente dejar de volverse loco con malas interpretaciones de cada cosa que Paula había dicho e intentando predecir qué pasaría con cada acción que tomara: si no le hablaba quizás ella se olvidaría de él; si le hablaba quedaba como un pesado y ella lo rechazaría y luego se sentiría pésimo; y así.
Canalizó sus pensamientos a otros asuntos. Actualizó el software en su computadora de trabajo. Averiguó el nombre y autor de algunos libros que había tenido interés de leer. Durante algunas de estas ocupaciones, pensó en su relación con Diego. Eran amigos pero de vez en cuando pasaban meses sin hablarse. Y de repente se pondrían al día y se verían mucho como si nada, para luego volver a no hablarse por un tiempo. Y generalmente cuando hablaban era más sobre mujeres que otra cosa.
Cuando volvió de una reunión encontró mensajes de Diego en el MSN (el hecho de encontrar mensajes desatendidos en vez de por fin recibir mensajes muy esperados le hizo ver que su técnica parecía estar funcionando). En los mensajes lo invitaba al jugar al pool. Hacía como un año que no habían compartido ese juego.
Haber creado un plan le daba la libertad de no querer hablar de Paula con Diego. Era como su secreto ahora y no quería que nadie le dijera nada que pudiera hacerlo cambiar de opinión o alimentar su vaivén de pensamientos paranoicos. Por lo tanto, sacó tema tras tema de conversación no relacionados con Paula.
En el camino, Diego seguía hablando de trivialidades, pero esta vez su amigo lo escuchaba. Se rieron juntos de la ridiculez de un convertible color amarillo patito, de un loco que les dijo (sin mediar otra palabra antes) que no le importa que no le den la hora total no estaba apurado y total mañana viajaba a otro país, y otras rarezas que tenía para ofrecer Buenos Aires de noche.
Cuando empezaron a jugar, Diego le contó un poco de su vida (allí se dio cuenta que no le había preguntado realmente qué le andaba pasando a él), de su relación de hacía unos años. Tenía un problema (que su amigo entendía perfectamente y que creía universal) que no viene al caso en esta historia. Creía que había una sola solución, pero sería cerca de imposible lograrla.
Luego hablaron de Paula. Sabía que Diego podría preguntar aunque sea por curiosidad e hizo esfuerzos dirigidos a tratar el tema solo superficialmente y esquivar cualquier ataque a la moral de su plan. Hablaba indiferentemente del tema para que la opinión de Diego no alterara su determinada visión.
La moza que los atendió era de una belleza obvia y llamativa. Con Diego intercambiaron típicos comentarios de hombre cada vez que se acercaba o pasaba. Él no pensó mucho en ella. De repente, para su sorpresa (aunque no tanta; Diego solía hacer este tipo de cosas y si bien le daban pánico por un momento sabía que Diego siempre podía pilotear la situación), Diego llamó la atención de la moza y le empezó a preguntar sobre la situación de su amigo con Paula. Resultó ser que estaba más nerviosa ella. Tardó en responder (mientras miraba el piso y jugaba inseguramente con sus manos sobre la mesa de pool) que estaba de acuerdo con su decisión: si una persona no te presta más atención, es necesario cortar la relación y conseguir a alguien que sí quiera estar con vos. De hecho, confesó que ella estaba en una situación similar (luego los amigos razonaron que esta coincidencia, combinada con la susceptibilidad emocional de las mujeres más frágiles cuando son golpeadas en sus puntos débiles, fue lo que generó semejante colapso nervioso en una mujer tan obviamente atractiva que tendría que haber respondido con una confianza imbatible). La interacción fue rara y por un momento la deseó. Atesoró ese momento inesperado, esa interacción anómala con una mujer tan bella pero que no significaba nada para él.
Diego se despidió. Eran las 3 am y ya tenía que volver a su casa. Su novia probablemente lo estaba esperando.
Unos minutos después abría la puerta de entrada a su edificio cuando escuchó un taxi estacionando detrás suyo. De él se bajó su vecina. Le sostuvo abierta la puerta. Se sentía raro. Nunca había hablado más de lo necesario con ella y tenía el mismo trato que con los otros vecinos: un saludo silencioso y la ocasional espera respetuosa con la puerta abierta o el ascensor detenido, el típico y casi socialmente obligatorio gesto de cortesía. Ella le agradeció y él asintió con la cabeza. Se subieron al ascensor. Fue entonces cuando vio que tenía puesta una remera de los Guns 'N' Roses. En otras circunstancias no habría dicho nada, pero las palabras brotaron de su boca antes de que pudiera pensar, tal vez entusiasmado por la interacción emocionante que había tenido con la moza.
-¿Te gustan los Guns?- preguntó casi sin darse cuenta. Ella sonrió y su cara se iluminó.
-¡Sí, obvio! Vengo del recital. Fue increíble. ¿A vos te gustan?
-Me encantan. Los dejé de escuchar hoy día, pero son un clásico. ¿Qué tal el nuevo laburo?
-Muy bueno. Tenés que ir.
-Bueno. Me convenciste. Voy a ir con Diego, quizás- dijo casi para sí mismo.
-Ese es tu amigo que viene a visitarte de vez en cuando, ¿no? Siempre me habla bien de vos.
-¿En serio? Mirá vos Diego...
Silencio cómodo.
-Canté toda la noche, estoy muerta. Voy a dormir todo el finde, jaja.
-Sí...- dijo respondiendo automática y pasivamente, pero de repente tuvo un arranque de sinceridad anti-hipocresía social-. Bah, no. No sé por qué pero cuando vuelvo a casa de salir, no importa qué tan tarde sea, me quedo haciendo cosas en vez de irme a dormir en seguida.
-Ay, ¡yo también!- dijo ella sorprendida-. No sé por qué dije eso, supongo que porque todo el mundo lo dice, pero sí, no me puedo ir a dormir ni bien llego.
-Encima yo me quedo haciendo boludeces.
-Sí, me quedo leyendo cualquier cosa.
-O juego a la compu.
-Sí, yo es como que tengo una euforia y estoy pasada de revoluciones y no puedo parar, y hago cosas hasta que me agarra sueño...
La parada del ascensor justo en ese instante de silencio frenó la conversación. La apertura de la puerta del ascensor era una reentrada en ese mundo de respetuosa indiferencia vecinal y ambos la sintieron. Podían ver en sus cabezas cómo cada uno se iría en silencio a su puerta y escucharía tras suyo el ruido de las llaves del otro, la apertura de la puerta y luego nada después de cerrar la puerta propia. Y estaba sucediendo eso precisamente. En silencio, le abrió la puerta del ascensor, la dejó pasar y la cerró tras suyo. Se separaron sus caminos y cada uno fue a su puerta. La conversación que habían tenido se sentía como un oasis distante que ya se estaba esfumando y no se repetiría. Él tardaba en abrir su puerta, dudaba. Tenía ganas de hablar y simultáneamente quería darle tiempo a ella de hablarle; y temía que esa muestra de vulnerabilidad le fuera rechazada y lo hiciera sentir mal luego, por lo que sintió deseos de apurarse. Quizás ella quería que la dejara en paz, seguir adelante con su rutina (sus miedos le hacían ignorar abiertamente lo más importante de la conversación que habían tenido). Ella ya había abierto su puerta. Y de repente, empujó todos sus pensamientos a un lado con fuerza y rapidez.
-Che, ¿no querés que nos tomemos un café? -dijo y cabeceó hacia el interior de su departamento.
-Sí -respondió ella casi automáticamente y como si hubiera estado deseando que él dijera eso y se hubiera estado preparando para tal eventualidad, cerró rápidamente la puerta de su departamento y se metió en el suyo sin mediar otra palabra o gesto.
Se sentaron en su cama, la zona más cómoda de su pequeño departamento, y hablaron. Se sintió tentado de hablar de Paula, pero no lo hizo. Estaba disfrutando demasiado la conversación. No sabía si era el sueño, pero de repente se colgaba con monólogos sobre sus creencias y ella lo escuchaba fascinada y callada, y lo incentivaba a que siguiera hablando, a que siguiera revelando sus pensamientos más internos. Luego habló ella y la empezó a conocer. Estudiaba relaciones exteriores y soñaba con viajar por todo el mundo. Le contó de sus viajes, habló algunas palabras en idiomas que ella conocía a pedido de él. Mientras hablaba, él la veia y sentía que dentro suyo comenzaba a nacer aquella clase de respeto que precedía a sentimientos románticos. Y se sintió conectado. Había pensado que como hablaba con Paula no podía hablar con nadie en todo el mundo, pero esa creencia estaba siendo fuertemente puesta a prueba al haber encontrado a alguien con quien hablar así a 10 metros de distancia de su propio departamento. Paula desaparecía de su mente, perdía lentamente territorio. En su lugar, aparecía Virginia. Comenzó a adorar los detalles de su vida; retuvo los nombres de sus hermanos. El sexo estaba presente en la atmósfera y en la mente de ambos cada vez que se miraban a los ojos por más de cinco segundos, pero de alguna manera ambos preferían hablar, seguir hablando y no parar por nada.
A eso de las 10 de la mañana, ambos tenían demasiado sueño; la cafeína parecía haber perdido ya su efecto. Iluminado todo por el aura de los débiles rayos del sol saliente y el sueño, ese momento parecía mágico. La acompañó a la puerta y llegó el momento de la despedida. Ambos lo querían y fue natural, y precedido por un histeriqueo de parte de ambos, de amagar con caminar más allá de lo necesario por ella y de cerrar la puerta más de lo necesario por él, lo cual aumentó el deseo y el goce. Fue un beso simple y apasionado; corto, como conteniéndose para dilatar el placer. Sentían que algo maravilloso estaba por venir. La miró entrar a su departamento y se dieron una mirada de despedida.
Dos meses después recibió un mail de Paula. En pocas palabras, lo extrañaba. En otro momento le hubiera respondido "yo también". Hoy no era verdad. Estaba pensando más en Virginia, que se había mudado a Moscú hacía una semana. La recordaba con dulce melancolía, pero aceptaba el fin de su tierna y hermosa relación.
Agregó a Paula al MSN de vuelta y hablaron. Ella notó que él ya no sentía lo mismo e igual insistió en que se vieran. Él la extrañaba como amiga quizás, pero en el momento los deseos carnales los invadieron a los dos por igual. Luego notó que sus pensamientos habían permanecido inalterados y no sentía deseos de volver con ella, y se lo hizo saber porque creía que era lo correcto, lo cual solo intensificó los deseos de Paula, obviamente. Esta dinámica llevaría a una amistad con beneficios. Una relación injusta, pero que él racionalizaba pensando que ahora ella estaba en la posición en la que él había estado y que ya estaba grande como para que él tuviera que tomar las decisiones por ella.
Alrededor de esa época, Diego volvió a aparecer. Cuando le empezó a contar lo de Paula desde donde habían dejado, se asustó y lo invitó a tomar un café (creía que había tenido una recaída). Cuando le explicó toda la historia, se tranquilizó.
-Uff, me asustaste, boludo. Habías hecho tanto progreso.
Lo tranquilizó explicando que ya no sentía lo mismo.
-No, me doy cuenta que no. Qué suerte. Me tenías preocupado.
Sonrió secretamente. Dentro suyo, dudaba de la sinceridad de su amigo dado su comportamiento durante esa época. No le tenía rencor, pero no había olvidado cómo le había fallado y cómo no había podido contar con él para lo que lo necesitaba.
Pero Diego ya imaginaba que ese sería el caso. Era hora de explicarse antes de que, como temía, sus acciones fueran malinterpretadas.
-Vos... sabés ahora qué pasó, ¿no? -dijo y lo miró significativamente. Su amigo lo miró con una expresión de nada, casi con un poco de molestia por verlo haciéndose el misterioso.
-¿Qué pasó con qué?
-Con Paula. Cómo fue que te olvidaste de ella y todo.
-Me olvidé. Punto. Bah, no sé, conocí a otra, supongo.
Diego se quedó mirándolo y era obvio que no le había dedicado mucha reflexión a la sucesión de eventos. Por un lado, eso era mejor, eso era compatible con una filosofía en la que Diego creía, pero no hasta tal punto.
-Fue algo más. No voy a decir que fui yo, pero yo tengo como una teoría... Y mi idea fue guiarte por ese camino... No sé si voy a ser claro, es la primera vez que lo hago... De hecho, me sentí medio mal después. O sea, ¿en serio no sabés por qué me porté como me porté con vos?
Silencio raro. Lo miraba con cara confundida.
-No tengo idea de lo que me estás hablando.
Diego se rio.
-OK, esta es mi teoría. Cuando uno viene mal en una relación o corta siente la necesidad de analizar todo, de repasar cada detalle, cada palabra y extraer todas las conclusiones posibles. Me parece que uno intenta esto para identificar el problema y encontrarle racionalmente una solución. Es como que los sentimientos le dicen a la mente que labure para lograr algo que uno quiere. Pero es una aproximación al problema completamente errada. Con temas así la razón no tiene nada que ver. No podés acercarte lógicamente a las minas. Bah, en verdad somos todos así. En fin, el cerebro se vuelve loco tratando de encontrarle solución a algo que no se arregla racionalmente, lo cual hace que se vuelva más loco. Por eso no te sirvió pensar así y no lograbas nada, solo empujarla más lejos tuyo.
>Debiste pensar que yo fui un forro con vos, pero mi idea era ayudarte. Cuando uno está pensando así y maquina todo el tiempo, lo primero que tiene que hacer es PARAR. Y no ibas a parar nunca si te dejaba que hablaras y hablaras sobre eso todo el tiempo, y encima alimentaba tu masturbación cerebral participando yo también de esa búsqueda de la solución racional. Íbamos a ser dos giles hablando veinte horas para tratar de llegar a un plan para solucionar algo que no se arregla así.
>Entonces, para mí, hay dos pasos. 1ro: dejar de pensar en ella como sea y a toda costa. 2do: reemplazarla con otra cosa cuanto antes, ni bien deje un lugar vacío en tu mente.
>La primera se logra haciendo otras cosas, teniendo distracciones, metiéndote en nuevas actividades, conociendo gente nueva y tomando contacto con viejas pasiones que uno pudo haber dejado abandonadas. Así también lográs recordar tu identidad y entender que sos alguien independiente separado de la otra persona.
>Y en mi opinión, la manera más fácil de lograr la segunda... Bueno, es la vecinita, jaja. No hay nada que te ayude a olvidar una vieja historia en decadencia que una nueva historia en su génesis, por más que tenga sus matices de crueldad. Cuando me contaste que te empezaste a enganchar con tu vecina dije "ya está".
>El efecto adicional que tiene todo esto es que si llega a volver tu ex tu marco de pensamiento es uno completamente distinto. Le hablás superado e indiferente. No siempre pasa lo que te pasó, pero muchas veces sí, y es lo que termina de cerrar el ciclo.
Había dicho. Había llegado uno de los varios momentos más cruciales. Esta medida hacía que Diego hubiera arriesgado su amistad y esta podía derrumbarse allí mismo. Podía simplemente no creerle. O, también, podía culparlo, como él se había culpado a sí mismo, de arruinar la relación. Pero, no importa lo que pasaría, él había hecho lo que era correcto y su intención fue siempre ayudar a su amigo. Tenía la fe (absurda para su parte más cínica y escéptica) de que su amigo entendería que había actuado con buenas intenciones.
Escuchó a Diego sorprendido. ¿O sea que él había sido un buen amigo al final? Tendría que haberlo sabido. Todo su comportamiento había sido muy inconsistente con el resto de su amistad; se lo había atribuído a un cambio de personalidad en su amigo, pero resultaba ser que seguía siendo el mismo. Por otro lado, Diego había tenido varias novias. Si alguien sabía cómo cortar era él. ¡Y hasta había elaborado toda una teoría de cuál es la mejor manera de superar la ruptura! Creía recordar ahora que Diego había estado ocupadísimo con un juicio de la firma de abogados en la que trabajaba, que recién había terminado ahora y por eso se habían podido juntar a tomar un café. Diego había estado ocupadísimo y aún así destinó un tiempo que le debe haber sido muy difícil de liberar a ayudarlo.
Diego escuchó con alivio cómo su amigo le agradecía e inmediatamente él le preguntó más sobre el tema, tras lo cual charlaron entusiasmadamente. Diego se explayó en sus teorías, dando ejemplos con pasadas relaciones.
Finalmente, se había hecho tarde y se despidieron. Diego vio a su amigo irse y se preguntó a sí mismo si había hecho lo correcto. Él conocía el nuevo camino en el que había puesto a su amigo. Lo había estado recorriendo hacía tiempo. Había hablado de no solucionar las relaciones con raciocinio, pero en verdad lo que él había hecho era solucionarlas con una lógica propia de las relaciones. Era efectivo, sí, pero llevaba a visualizar las relaciones como algo racional y manejarse con frialdad en vez de pasión. Esto generaba a la larga una gran insensibilidad a los intensos vaivenes emocionales que ofrecían las relaciones, que es en definitiva lo que nos hacen disfrutarlas. Al fin y al cabo, su amigo había conseguido estar con Paula de nuevo después de haberlo deseado tanto, pero cuando por fin lo logró, no lo disfrutó ni una centésima de lo que lo hubiera disfrutado, ya no sentía nada y si no hubiera pasado hubiera sido lo mismo. Sin embargo, racionalizaba Diego, jamás hubiera podido volver con ella de otra forma, o quizás sí pero volvería a la misma situación de la cual lo había sacado, quizás más herido, y era preferible este escenario que que haya permanecido enamorado y sus deseos se vieran frustrados por el rechazo de ella. Pensaba sin embargo que como su amigo no había ideado personalmente los pasos fríos, sino que Diego lo había hecho por él, tal vez no sentiría estos mismos efectos y pudiera seguir aproximándose a las relaciones con la misma pasión. Inclusive Diego mismo había reencontrado la pasión y no se creía exento de ella en un futuro, si bien generalmente venía acompañada de la obligatoria entrega a la otra persona, con la consecuente entrega del destino a la suerte. Recordaba siempre a alguien que explica todo esto de una manera mucho más poética y con mayor precisión emocional: Milan Kundera.
"¿Pero es de verdad terrible el peso y maravillosa la levedad?
La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta contra la tierra. Pero en la poesía amatoria de todas las épocas la mujer desea cargar con el peso del cuerpo del hombre. La carga más pesada es por lo tanto, a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será.
Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes". La insoportable levedad del ser - Milan Kundera.